Proyecciones identitarias
Proyecciones identitarias
Intolerancia cultural al error y la debilidad.
Según la Teoría de la Autodiscrepancia de Edward Tory Higgins, profesor de Psicología y Negocios "Stanley Schachter" y director del Centro de Ciencia de la Motivación en la Universidad de Columbia, la discrepancia entre los diferentes "yoes" —el yo real, el yo ideal y el yo normativo o responsable— puede generar una distorsión en las relaciones personales y sociales.
En Emosocial, uno de los pilares fundamentales para entender los conflictos entre personas radica en cómo las proyecciones identitarias —el "yo real", el "yo ideal" y el "yo normativo o responsable"— interactúan y generan tensiones. Estas proyecciones son la respuesta del individuo ante la necesidad de pertenencia y reconocimiento en su entorno, lo que a su vez provoca distorsiones de percepción y, en última instancia, conflictos interpersonales.
El "Yo Real": La Vulnerabilidad Oculta
El "yo real" es la parte más íntima y auténtica del individuo. Aquí residen nuestras inseguridades, errores y debilidades. Aunque es nuestra esencia más pura, la sociedad a menudo rechaza esta faceta, ya que las debilidades no son culturalmente aceptadas ni bien recibidas. La exposición del "yo real" puede llevar a críticas, desprecios o incluso exclusión social, lo que motiva a las personas a esconder esta parte de sí mismas.
El "Yo Ideal": La Máscara de Admiración
Para proteger su identidad y mantenerse en un lugar importante dentro del grupo, las personas recurren a la creación de un "yo ideal". Esta es una versión más perfeccionada de uno mismo, diseñada para adaptarse a lo que se espera socialmente y para ganar admiración y reconocimiento. El "yo ideal" es una construcción que nos ayuda a evitar la exposición de nuestras debilidades, pero que también puede generar incoherencias cuando partes del "yo real" se filtran sin querer, mostrando vulnerabilidades que deseamos ocultar.
El "Yo Normativo": Adaptación y Seguridad
Por otro lado, el "yo normativo" es la versión de nosotros mismos que cumple con lo que se espera de manera conservadora. A diferencia del "yo ideal", que busca destacar, el "yo normativo" actúa dentro de las normas y expectativas aceptadas socialmente, reduciendo el riesgo de exposición y asegurando que no rompamos con las reglas del grupo.
La Rigidez Identitaria y sus Consecuencias
El problema surge cuando estas proyecciones identitarias se vuelven rígidas. La presión por proyectar un "yo ideal" perfecto, o al menos un "yo normativo" aceptado, deja muy poco espacio para que el "yo real" emerja. Como resultado, el individuo vive en un estado de constante vigilancia, evitando mostrar sus debilidades o errores por temor a perder su estatus o el sentido de pertenencia.
Esta rigidez identitaria no solo afecta a la persona que la experimenta, sino que también genera conflictos en las relaciones interpersonales. Los malentendidos surgen cuando las expectativas de los otros no coinciden con lo que realmente somos o sentimos. La discrepancia entre lo que proyectamos y lo que realmente experimentamos internamente puede llevar a frustración, ansiedad e incluso a enfrentamientos con los demás.
Emosocial y la Flexibilidad Identitaria
Desde Emosocial, se reconoce la importancia de romper con esta rigidez identitaria y fomentar la flexibilidad emocional. Al permitir que el "yo real" emerja y sea aceptado, tanto por uno mismo como por los demás, se reduce la presión de mantener una imagen perfecta. Esta aceptación promueve un mayor bienestar emocional y permite relaciones más auténticas y menos conflictivas.
La Visión del Ego según Emosocial:
Desde Emosocial, entendemos el ego como el mecanismo de defensa que protege los "yoes ideales" y "yoes normativos", los cuales hemos desarrollado en respuesta a las demandas de la cultura del conflicto. Tradicionalmente, algunas corrientes psicológicas y filosóficas han definido el ego como una parte central del ser, incluso como el "yo profundo". Sin embargo, en nuestra perspectiva, el yo real es lo opuesto a este concepto; es el yo que desea ser entendido y aceptado tal como es, sin las proyecciones sociales que lo distorsionan.
El ego, entonces, no es el yo real, sino el sistema de protección que defiende la imagen idealizada que proyectamos hacia el exterior. El yo real, por su parte, busca ser escuchado y comprendido, pero a menudo es eclipsado por el yo ideal, que se alimenta de las expectativas sociales, los miedos al rechazo y las comparaciones con los demás.
Cuando analizamos las necesidades del yo real, observamos que muchas de ellas están distorsionadas por el yo ideal. El yo ideal se convierte en el motor de deseos que no necesariamente pertenecen al yo real, sino que son proyecciones de lo que creemos que debemos ser para encajar o destacar.
En este contexto, el ego no es más que una herramienta para defender esa imagen proyectada, manipulando la percepción que los demás tienen de nosotros para mantener una fachada que nos proteja de la crítica y el rechazo.
Es aquí donde surge la confusión: a menudo se confunde el ego con la esencia del individuo, cuando en realidad el ego es una barrera que oculta el yo real. Las personas a menudo creen que las necesidades y razones que defiende el ego son las verdaderas necesidades del yo real, cuando en realidad son fabricaciones del yo ideal, orientadas a mantener el estatus o la aprobación social.
Alguien etiquetado como "egoísta" no es necesariamente una persona que se ama a sí misma en su totalidad. Más bien, es alguien que está sobre-identificado con su yo ideal, intentando forzar necesidades y razones construidas socialmente al yo real, en un intento por obtener validación o reconocimiento.
El egoísta, por lo tanto, está atrapado en la defensa de su yo ideal, protegiéndolo a cualquier costo, incluso cuando esto implica desconexión o conflicto con los demás.
Es importante hacer una distinción clave: amarse a uno mismo no es alimentar el ego. El verdadero amor propio surge cuando las necesidades auténticas del yo real son atendidas, no las demandas artificiales del yo ideal o normativo. Sin embargo, no debemos demonizar el ego o a aquellos que parecen "egoístas", ya que este es un producto natural de la búsqueda de identidad y pertenencia en una cultura del conflicto.
El ego es una respuesta adaptativa, aunque imperfecta, a las presiones externas que buscan moldearnos en base a estándares ajenos a nuestro verdadero ser.
En la terapia Emosocial, buscamos ayudar a las personas a reconocer y diferenciar entre las proyecciones del ego y las necesidades del yo real.
Al lograr esta distinción, el individuo puede empezar a gestionar sus reacciones de manera más auténtica, sin caer en la trampa de defender constantemente una imagen idealizada. Es este proceso de autocomprensión el que permite una mayor conexión con los demás y una vida más equilibrada y emocionalmente saludable.
La importancia del juicio de los demás según Emosocial
Es natural que nos preocupe lo que los demás piensen de nosotros, y a menudo no comprendemos por qué el juicio ajeno puede perturbarnos tanto. La respuesta común suele ser que esta preocupación está vinculada a una baja autoestima, pero desde la perspectiva de Emosocial, este fenómeno va más allá. Incluso una persona con una elevada confianza en sí misma puede preocuparse por la opinión de los demás, ya que esta necesidad de validación externa es algo primitivo y profundamente arraigado en nuestra naturaleza social.
Desde tiempos ancestrales, la pertenencia a un grupo ha sido crucial para la supervivencia, y esto se refleja en nuestro deseo de mostrar nuestra identidad a través de nuestro estilo, apariencia y comportamiento. La manera en que nos presentamos busca no solo diferenciarnos, sino también sentirnos reconocidos y aceptados por aquellos que comparten nuestras mismas creencias, valores y estilos de vida. En el contexto de nuestro grupo, donde nos sentimos identificados, la autoestima suele ser más estable. Nos sentimos seguros entre "los nuestros" porque compartimos códigos y expectativas similares.
Sin embargo, incluso dentro de nuestro grupo, una persona puede experimentar inseguridad y baja autoestima. Esto ocurre cuando el yo ideal –la imagen que proyectamos al mundo– demanda demasiado esfuerzo y la persona teme que se descubran aspectos de su yo real, el cual solo busca pertenecer de manera auténtica. Este miedo a la exposición de las debilidades internas puede crear una sensación de constante alerta, incrementando el estrés y debilitando la autoestima, incluso en un entorno que debería ser seguro.
Esta situación se vuelve más evidente cuando alguien que se identifica mucho con un estilo o una forma de ser, y que se siente seguro dentro de su propio grupo, se ve obligado a interactuar con personas de diferentes entornos o culturas.
En estas circunstancias, la inseguridad aumenta, y la confianza parece desvanecerse. Esto no siempre es indicativo de una baja autoestima en general, sino más bien de un proceso adaptativo en el que la persona se siente desprovista de su sistema de validación grupal, quedando expuesta a juicios que no puede prever o controlar.
La identificación social cumple, entonces, una doble función: nos ayuda a pertenecer, pero también a diferenciarnos de aquellos que podrían cuestionar nuestra identidad o poner en peligro nuestra seguridad psicológica mediante una simple interacción. En Emosocial, observamos cómo la autoestima puede fluctuar enormemente dependiendo del entorno y de la rigidez de las proyecciones identitarias. Una identidad cerrada y no flexible, que no se adapta ni acepta al otro, suele ser fruto del miedo primitivo a que el yo ideal sea puesto en duda.
Las interacciones y la validación constante
Cuando profundizamos en las dinámicas de comunicación entre dos personas, Emosocial detecta un patrón recurrente: los individuos tienden a justificar constantemente su propio discurso, como si cada conversación fuese una batalla por la validación. Cada uno busca que el otro valide sus afirmaciones, ya que esto refuerza su seguridad interna. Cuando el receptor del mensaje señala una contradicción o incoherencia, el emisor suele ajustar sutilmente su relato para volver a alinear los hechos con su versión de la realidad.
Este proceso no siempre es consciente y muchas veces responde a la necesidad de mantener la coherencia de su yo ideal frente a los demás.
Es en este punto donde surge una pregunta interesante: ¿Está la persona mintiendo deliberadamente o está tan inmersa en su propia realidad que distorsiona los hechos hasta convencerse de su propia narrativa?
Aunque no podemos afirmar con certeza si está mintiendo o manipulando a propósito, lo que sí podemos señalar con base científica es que las personas operan bajo un sesgo cognitivo. Este sesgo filtra la realidad y bloquea aquellas percepciones o hechos que podrían invalidar su razonamiento.
Este fenómeno no es raro ni excepcional; de hecho, lo observamos continuamente en la mayoría de las interacciones humanas. Las personas, influenciadas por el juego de proyecciones identitarias, tienden a interpretar y reinterpretar la realidad de forma que se ajuste a su visión del yo ideal. Esto tiene profundas implicaciones en cómo manejamos nuestras relaciones personales, profesionales y sociales, y en cómo nuestra autoestima y confianza oscilan según el contexto.
En Emosocial, destacamos la importancia de reconocer este proceso para fomentar una mayor autoconciencia. Entender cómo nuestras proyecciones identitarias influyen en nuestras interacciones nos permite gestionar mejor nuestra autoestima, sin depender tanto de la validación externa o del miedo al juicio ajeno.
Al abordar el yo real en lugar de centrarnos en el yo ideal, promovemos un equilibrio emocional que favorece relaciones más genuinas y menos conflictivas.
Y asi se va creando un entorno de confusion que incentiva la famosa: cultura del conflicto